
La tarde de un día otoñal y mesetario, de esos tan típicos en Cuenca a estas alturas del año, con su temperatura más bien fresca y su nubosa oscuridad, se tornó en un reverdecido atardecer que parecía regalarnos tímidos guiños primaverales. Todo se ponía de cara, como se suele decir, para que se viviera una jornada especial, repleta de estampas únicas y momentos de gran intensidad. Y así fue. De principio a fin, desde que los primeros hermanos se dieron cita en las inmediaciones de la Iglesia de la Virgen de la Luz hasta que, horas más tarde, los últimos abandonaban el templo, el Rosario Vespertino resultó un acto exquisito, elegante, rodeado hasta en sus más mínimos detalles por el inconfundible aura de las cosas bien hechas, auténticas e intemporales; de la tradición en su estado más puro. El aura de la Historia, con mayúsculas, a la que ya pertenece.
Y es que todo parecía traer ecos del pasado. La fecha elegida, que no era ni mucho menos casual, consiguió transportarnos a las postrimerías de aquel año 1941 en las que, según apuntan todos los indicios —pues, por desgracia, las fuentes que se conservan no son explícitas en este sentido—, una Cuenca semiderruida, arrasada aún por los estragos de la guerra fratricida, recibió a nuestra Sagrada Imagen, la primera dolorosa de la nueva Semana Santa. A ello contribuyó también la visita realizada a la Parroquia de El Salvador, donde la talla fuera recibida y custodiada en su día, a causa de las obras de rehabilitación que se estaban realizando por entonces en la Virgen de la Luz; un momento intensísimo donde todos los que pudimos estar presentes sentimos con inusitada claridad el latido del tiempo. La visión de la Soledad en el pequeño y elegante paso que se conformó para la ocasión, surcando las estrechas calles de la ciudad vieja, por las que quizás no pasara un cortejo procesional desde hace siglos, a la luz cálida y tenue de la cera natural, dejó en nuestras retinas escenas bellísimas de un indescriptible sabor añejo. Y, para colmo, la gran cantidad de detalles de los que estuvo repleto el cortejo que puso en la calle nuestra Hermandad no solamente nos permitieron evocar la época de la posguerra, sino que nos condujeron a tiempos mucho más remotos, al recuperar usos y costumbres por desgracia perdidos en nuestra liturgia nazarena.

En el cortejo también pudimos contemplar muchas novedades interesantes. Éste se organizó con un detallismo hasta ahora nunca visto, ni siquiera en las procesiones de Semana Santa. Para empezar, las representaciones de las diferentes hermandades invitadas se colocaron siguiendo un criterio muy concreto, y dentro de cada grupo de ellas fueron situadas por orden de antigüedad, lo que pone de manifiesto la raigambre de unas instituciones que, en muchos casos, tienen varios siglos de existencia a sus espaldas. Tras ellas se dispuso un tramo de hermanos de luz que, aunque fue un poco escaso —es la primera vez que se convoca a los hermanos para un acto como éste—, se caracterizó por la compostura de sus integrantes. El guión de la Hermandad no ocupó la posición de apertura que suele tener en los desfiles procesionales conquenses, sino que se ubicó en la que le está reservada según la tradición de la Semana Santa barroca: justamente delante del Titular de la Hermandad, al que se refiere y que es el verdadero emblema de la corporación. En torno al guión se conformó un tramo de presidencia, que iba, como novedad, delante del paso.

Pero todo esto no sería más que una cáscara vacía si no hubiera estado acompañado por un magnífico ambiente de hermandad. En primer lugar, dentro de nuestra propia corporación, que celebró un día de unión en torno a la Madre, en el que vimos nuevas caras y muchas personas tuvieron la ocasión de vivir momentos únicos. Como nuestras hermanas que, debido a lo que establecen los Estatutos de la Hermandad, no pueden sacar a Nuestra Señora de la Soledad en la tarde del Jueves Santo y que, en esta ocasión, sí tuvieron la oportunidad de sentir el bendito beso del banzo sobre sus hombros. Seguro que para todas ellas el 15 de octubre de 2016 va a ser un recuerdo imborrable. Y, en segundo lugar, porque el Rosario Vespertino fue una ocasión para estrechar los lazos entre las diferentes hermandades que, de una u otra forma, participaron en él, o contribuyeron a que se llevara a cabo. Hay que recordar que el paso sobre el que figuraba la Sagrada Imagen era el paso de traslado de la Hermandad de Jesús Amarrado a la Columna en su tradicional Via Crucis, que lo cedió gentilmente para la ocasión. Como también prestó la magnífica candelería de Manuel Seco Velasco que alumbraba a la Virgen la Hermandad de María Santísima de la Esperanza, a la que hay que agradecerle no solo que prestara estas piezas en este caso, sino que lo venga haciendo anualmente para los cultos de nuestra Hermandad, o la Vrble. Hdad. de Ntro. Padre Jesús Nazareno del Puente, quien cedía sus faroles para acompañar a nuestro Estandarte. En el cortejo, todos los elementos del cuerpo litúrgico, fueron prestados por la Hermandad del Silencio de Madrid; las dalmáticas del cuerpo de acólitos cedidas por una Hermandad amiga de Sevilla, y la Archicofradía de Paz y Caridad aportó varias de sus insignias para la conformación del cortejo. Además, las hermandades invitadas a formar parte del evento acudieron al mismo con su Guión corpotativo y dos Hermanos Mayores, para compartir un momento tan importante con nuestra corporación. En definitiva, varios gesto que hacen grande el acto del pasado día 15: dar sentido verdadero, mediante la generosidad y la colaboración, a la palabra Hermandad, de la que todos participamos.
En definitiva, el Rosario Vespertino en conmemoración del 75 Aniversario de la hechura de nuestra Sagrada Imagen fue un homenaje a nuestra Historia; a la de nuestra querida Hermandad, pero también a la de toda la Semana Santa de Cuenca. Un acto que sirvió para mirar al pasado y aprender de él; para recuperar de él un legado perdido y traerlo de nuevo al presente, con el fin de que éste se enriquezca y se complete. Y quien sabe si también un acto que será visto por las generaciones venideras como un hito desde el que se construyó un futuro brillante, sobre esa herencia, sobre ese redescubrimiento de lo que fuimos. Un acto que, como todo en esta vida, pasa rápidamente y, así, ya es Historia. Pero que, sin lugar a dudas, para todos los que caminamos junto a la Madre del Jueves Santo, y para todos los que tenemos una tulipa siempre encendida en el corazón, ya ha hecho Historia.
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